V. Sangye Khadro

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Buda afirmó que todas las cosas producidas son impermanentes, es decir, que cambian momento a momento. La expresión cosas producidas no se refiere sólo a las cosas producidas en una fábrica, como coches o zapatos, sino que en ella se incluyen todas las cosas que surgen de causas y condiciones, como las plantas, los árboles, los animales e insectos, las montañas y océanos, así como nuestro cuerpo y nuestra mente. En efecto, todas estas cosas no son lo mismo de un momento a otro, sino que están en constante cambio. Y no se trata sólo de una teoría filosófica sino de un hecho de la vida: es la verdadera manera en que las cosas existen. Al no ser conscientes de esta realidad y no aceptarla, nos apegamos a personas y cosas con el deseo de que se mantengan siempre iguales y duren para siempre, luego nos embarga una gran decepción cuando comprobamos que no sucede así. Familiarizarnos con la impermanencia nos permite ser más realistas a la vez de liberarnos de mucho sufrimiento innecesario. Esta meditación nos ayudará a hacerlo.

Preparación

Nos sentamos con una postura cómoda, la espalda recta y el cuerpo relajado. Esperamos un poco para que la mente se sitúe en el momento presente. Dejamos que los pensamientos del pasado o del futuro cesen y tomamos la determinación de mantener la atención en el tema de meditación durante toda la sesión.

Motivación

Cuando tengamos la mente tranquila y en el presente, generamos una motivación positiva para realizar la meditación. Por ejemplo, podemos pensar: “Que esta meditación sirva para aportar mucha paz y felicidad a todos los seres”; o también: “Que esta meditación sea causa de mi iluminación para así poder ayudar a todos a librarse de su sufrimiento y a iluminarse también.”

Parte principal de la meditación

Empezamos la meditación observando la respiración, y poco a poco somos conscientes de su impermanencia. Cada respiración es distinta de la anterior, pero también distinta de la siguiente; inhalamos un aire diferente, y nuestro cuerpo cambia: se producen variadas sensaciones alrededor de la nariz y en el interior de las fosas nasales, los pulmones se expanden y se contraen, el abdomen sube y baja. De forma que, a cada momento, con cada respiración, hay un cambio, flujo y movimiento. A continuación reflexionamos acerca de otros cambios que se producen en nuestro cuerpo en cada momento. Pensamos en que nuestro cuerpo está compuesto de muchas partes distintas (brazos, piernas, cabeza, piel, sangre, huesos, nervios, músculos, etcétera) y que estas partes a su vez se componen de partes aún más pequeñas, como las células. Intentamos fijarnos en el movimiento que se produce en cada instante: los latidos del corazón, la sangre fluyendo y la energía de los impulsos nerviosos. En un plano más sutil, hay células que están naciendo, moviéndose, muriéndose y desintegrándose. En un plano más sutil todavía, todas las partes del cuerpo se componen de moléculas, átomos y partículas subatómicas en constante movimiento. Intentamos obtener una sensación lo más real posible de los cambios que se suceden en el cuerpo. Después dirigimos la atención a la mente. También se compone de muchas partes (pensamientos, percepciones, sensaciones, recuerdos, imágenes) que se suceden una a otra sin cesar. Dedicamos unos minutos a observar el movimiento continuo de las experiencias, como alguien que mirara por la ventana a una calle concurrida observando los coches y peatones que por ella pasan. No nos aferramos a nada de lo que vemos en nuestra mente, ni juzgamos ni hacemos comentarios; sencillamente observamos e intentamos sentir su naturaleza impermanente y cambiante. Después de haber meditado en la impermanencia de nuestro mundo interior (nuestro propio cuerpo y mente) ampliamos el enfoque y abarcamos el mundo exterior. Pensamos en nuestro entorno inmediato: el cojín, la alfombra o la cama en que estamos sentados; el suelo, las paredes, las ventanas y el techo de la habitación en la que estamos; sus muebles y los demás objetos. Vemos que cada una de estas cosas, a pesar de parecer sólida y estática, es en realidad una masa de partículas minúsculas moviéndose por el espacio. Mantenemos la atención en la naturaleza impermanente y continuamente variable de todo ello. A continuación, intentamos que nuestra atención vaya más lejos todavía, más allá de las paredes de la habitación. Pensamos en otras personas, cuyo cuerpo y mente están también cambiando constantemente, sin nunca ser las mismas, ni siquiera por un momento. Descubrimos que es cierto para todos los seres vivos, sean animales, pájaros o insectos. Pensamos en todos los objetos inanimados del mundo y del universo: casas, edificios, carreteras, coches, árboles, montañas, océanos y ríos. La Tierra, el sol, la luna y las estrellas. Todas estas cosas, compuestas de átomos y otras partículas diminutas, están constantemente cambiando, en cada instante, en cada milisegundo. Nada permanece igual, sin cambiar. Si mientras meditamos, en un momento dado experimentamos una sensación clara y sólida de la transitoriedad de las cosas, detenemos el análisis y concentramos la atención firmemente. Nos centramos en ella el tiempo que podamos, sin pensar en nada más ni distraernos. Cuando la sensación se desvanezca o nuestra atención empiece a desviarse, volvemos a analizar la naturaleza impermanente de las cosas.

Conclusión

Concluimos la meditación reflexionando que es contraproducente aferrarse a las cosas como si fueran permanentes, que es irrealista. Lo que consideramos hermoso y agradable cambiará y terminará por desaparecer, por lo que no podemos esperar que nos proporcione felicidad duradera. Lo que es desagradable o perturbador tampoco durará para siempre, es más, podría cambiar a mejor, así que no hace falta agobiarse por ello ni rechazarlo

Dedicación

Dedicamos la energía positiva de la meditación para que todos los seres encuentren felicidad perfecta y se vean libres de todo sufrimiento.