V. Sangye Khadro

Esta es una meditación en la llamada primera raíz, punto principal de la meditación sobre la muerte en nueve puntos. A saber: la muerte es inevitable e ineludible. Los otros dos puntos raíz (que se trataran en otras meditaciones) son: el momento de la muerte es desconocido, y sólo la práctica espiritual es de ayuda en dicho momento. Preparación Nos sentamos con una postura cómoda, la espalda recta y el cuerpo relajado. Dedicamos un rato a situar la mente en el presente. Dejamos que los pensamientos del pasado o del futuro cesen y tomamos la determinación de mantener la atención en el tema de meditación durante toda la sesión.

Motivación

Cuando la mente esté tranquila y en el presente, generamos una motivación positiva, como por ejemplo: “Que esta meditación traiga paz y felicidad a todos “; o bien: “Que esta meditación sea causa de mi iluminación para así poder ayudar a todos a librarse de su sufrimiento y a iluminarse también.”

Parte principal de la meditación

(Mientras contemplamos los siguientes puntos, es bueno recurrir a nuestras propias ideas y experiencias, así como a historias que hayamos oído o leído, para así ilustrar cada uno de ellos. De esta forma, intentamos sentir realmente la idea que transmite cada punto. Si en un momento dado, el punto que tratamos lo sentimos con especial viveza y claridad, dejamos los pensamientos de lado y mantenemos la concentración en esa sensación el tiempo que podamos. Si se desvanece o si la mente se distrae, retomamos la contemplación.) Al meditar en la inevitabilidad de la muerte (la primera raíz), llegamos a aceptar el hecho de que sin duda alguna vamos a morir. Pero podemos tener la tendencia a pensar que la muerte no sucederá hasta dentro de mucho tiempo. Sin embargo, ¿hay alguna forma de saber con seguridad cuándo llegará la muerte? Con el propósito de llegar a sentir que el momento de la muerte es completamente indeterminado y desconocido, vamos a contemplar los siguientes tres puntos.

1. La esperanza de vida es imprecisa Si los seres humanos nos muriéramos todos a una edad determinada, pongamos por caso a los ochenta y ocho años, dispondríamos de tiempo y espacio más que suficiente para prepararnos para la muerte. Pero no existe tal certeza y, como consecuencia, a la gran mayoría la muerte nos agarra desprevenidos. La vida puede terminarse en cualquier momento: en el mismo instante del nacimiento, en la infancia, en la adolescencia, a los veintidós, treinta y cinco, cincuenta o noventa y cuatro años. Pensemos en conocidos que hayan muerto o en personas cuya muerte haya acontecido antes de alcanzar nuestra edad.

Ser joven y sano no garantiza la longevidad: hay hijos que fallecen antes que sus padres, y hay quien aún estando rebosante de salud puede morir antes que alguien con una enfermedad terminal como el cáncer. Aunque confiemos vivir hasta los setenta u ochenta años, en realidad, no podemos estar seguros de ello. Es imposible tener la seguridad de que no nos vayamos a morir dentro de un rato, hoy mismo. Resulta muy difícil hacerse a la idea de que nuestra muerte puede ocurrir en cualquier momento. Nuestra tendencia es pensar que, como hemos sobrevivido hasta ahora, la continuación está asegurada. Pero miles de personas mueren cada día, y pocas de ellas lo esperaban. Dejamos que nos invada con la mayor intensidad la sensación de total incertidumbre acerca de nuestro momento de la muerte: sencillamente, nada nos garantiza que tengamos mucho tiempo por delante.

2. Las causas que producen la muerte son muchas Existe un sinfín de maneras de morir. En algunas ocasiones la muerte acontece por causas externas, bien sean catástrofes naturales como terremotos, inundaciones y erupciones volcánicas, o bien accidentes como los de automóvil o avión; también puede suceder que a uno lo maten, ya sea alguna persona, un animal peligroso o algún insecto venenoso. La muerte, sin embargo, puede deberse también a causas internas. Hay cientos de enfermedades diferentes que pueden deteriorar nuestra salud y acabar con nosotros. Además, se dan casos de personas cuyo cuerpo, sin presentar enfermedad alguna, repentinamente deja de funcionar y, como consecuencia, mueren. Incluso ciertos elementos que normalmente sirven de ayuda, pueden volverse causa de muerte. Los alimentos, por ejemplo, constituyen una necesidad para mantenernos vivos, pero a veces pueden producirnos la muerte, bien sea porque se encuentran en mal estado, bien sea porque comemos más de la cuenta. Algo parecido sucede con los medicamentos, a pesar de servir para mantenernos con vida, hay quien muere por tomarse la medicina equivocada y hay quien por ingerir una sobredosis. Y lo mismo con las viviendas, que nos permiten vivir cómodamente, pero que en ocasiones debido a un incendio o a su derrumbe se convierten en causa de muerte para la gente que las habita. A continuación, podemos recordar casos de personas conocidas o de las cuales hemos oído hablar que hayan muerto, y reflexionamos en cómo murieron. Pensamos que cualquiera de estas cosas podría sucedernos a nosotros también.

3. El cuerpo humano es frágil El cuerpo humano es muy vulnerable, puede dañarse fácilmente o contraer numerosas enfermedades. En cuestión de minutos puede pasar de estar fuerte y activo a estar indefenso, débil y doloroso. Ahora mismo podemos sentirnos sanos, energéticos y seguros, pero algo tan minúsculo como un virus o insignificante como una espina puede pasar a provocarnos la muerte. Tras esta reflexión, pensamos en las veces en las que nos hemos dañado o lesionado alguna parte del cuerpo, y en lo fácil que resultaría que sucediera de nuevo. También en la posibilidad de que cualquier percance pudiera causarnos la muerte.

El cuerpo no nos durará para siempre. En el curso de la vida podremos evitar enfermedades y accidentes, pero los años acabarán por imponerse: nuestro cuerpo degenerará, perderá belleza y vitalidad y, finalmente, morirá. Al meditar en estos tres puntos, desarrollaremos la determinación de empezar la práctica espiritual ahora mismo, porque el futuro es realmente incierto.

Dedicación

Concluimos la meditación con el optimismo del que tiene todas las oportunidades a su alcance para hacer que su vida sea plena, beneficiosa y positiva, y por lo tanto, puede morir con esa tranquilidad. Recordamos la intención que nos llevó a meditar y dedicamos el mérito de la sesión a ese mismo propósito: el de poder beneficiar a todos.